La Piel de América

 25 de octubre  de 2011

CADA UNO EN LO SUYO

El Presidente de Estados Unidos ordenó matar a Osama bin Laden. Su secretaria de Estado, Hillary Clinton planteó “matar o capturar” a Muamar Gadafi, y recientemente el Presidente Obama decidió retirar las tropas de Irak luego que no consiguiera inmunidad penal para sus soldados ante eventuales crímenes que cometieren en territorio iraquí.

¿Por qué esta propensión de los gobernantes estadounidenses a actuar al margen del derecho y de valores estrechamente vinculados y reconocidos en Occidente?

La brutalidad del gobierno de George W Bush parece ser una herencia que pesa. El republicano, asumido, retiró la adhesión de Estados Unidos a la Corte Penal Internacional y tras el 11-S impuso una política de restricciones a las libertades individuales y desarrolló una “guerra contra el terrorismo” al margen de la ley (secuestros, campos de detención, cárceles secretas, detenciones sin juicios, torturas, asesinatos, desapariciones).

Obama no dio lugar a investigar los crímenes cometidos por el régimen de Bush. Tampoco cumplió su promesa de cerrar el campo de Guantánamo en un año y continúa con el estado de restricción de las libertades de los ciudadanos estadounidenses.

A pesar de los cambios, Estados Unidos no se desprende del todo de la prepotencia en su actuar internacional, situándose por sobre los demás. ¿Por qué Obama no ha restablecido la adhesión que el gobierno de Clinton dio al Tribunal Penal Internacional y se pone en una situación de igualdad jurídica respecto de la mayoría de los países de Occidente?

Esta actitud de Estados Unidos, de dominio y poderío, ha conseguido, a su debida escala, un discípulo aventajado en las autoridades de la Comisión Nacional de Transición libio. Éste se niega a una investigación internacional sobre los hechos que derivaron en el linchamiento de Gadafi (una de las opciones sugeridas por Hillary Clinton) y procede a enterrar en secreto los restos del dictador (como el practicado por Estados Unidos con Bin Laden).

Por su parte, ningún gobierno europeo ha condenado abiertamente el asesinato del Gadafi, al cual en el poder hasta no hace un año, le brindaron reconocimiento, atenciones y apoyo. Ni siquiera lo han reprobado  considerando que sobre el dictador había una orden de detención emanada de la fiscalía de la Corte Penal Internacional, del cual, sí, los Estados europeos son miembros.

Estados Unidos sigue con las suyas y Libia comienza con las propias.


23 de febrero de 2011

EL ESCRITOR Y EL OLVIDO

La culpa alojada en la intimidad del escritor se esparce por la silenciosa sala de Casa América de Catalunya. Héctor Abad, periodista y escritor antioqueño, contenido, confiesa el sentimiento de culpa que l llevó a escribir El olvido que seremos (2005), la novela, traducida a varios idiomas, que habla de su padre, Héctor Abad Gómez, médico comprometido con los derechos humanos, asesinado por paramilitares el 25 de agosto de 1987.

Me gusta su olor, y tanmbién el ecuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su opa y la meticulosa limpieza de su cuerpo", escribe su hijo convencido que con más amor habría intentado sacar a su padre de en medio de lo que afirma era una "campaña delirante", las vividas durante los intentos de pacificar Colombia durante el gobierno de Rómulo Betancourt.

¿Cuál habría sido la respuesta de su padre ante el requerimiento exigente de su hijo?

Abad quiere hablar de literatura, de sus otros libros, como de Oriente empieza en El Cairo (2002), una crónica novelada tras vivir dos meses en la capital egipcia, y que casi toda la edición (unos 1.900 ejemplares) yace en el sótano de su casa luego que la editorial Mondadori se la devolviera, resignada, ante el fracaso de venta.

Contar historias es el oficio del novelista. Influenciado por la novela italiana clásica, como El Decamerón, el escritor asume la idea de entonces de contar historias para apartarse de la idea de la muerte, del horror. Es lo que hace en Fragmentos de amor furtivo (1998) donde una pareja entregada al disfrute erótico escapa de la violencia que corre por las calles de su ciudad, Medellín.

Escéptico de su país, por un momento creyó en “la ola verde”, encabezada por los matemáticos Antanas Mockus y Sergio Fajardo, derrotados por Juan Manuel Santos en las elecciones de 2010. En su Medellín mejorado, reconoce, vive recogido, aunque periodista prolífico, distante del mundanal ruido.

Rechaza cualquier insinuación de jugar un rol público y el espectro de la figura de su padre reaparece, cuando con fuerza emocional dice: “nada con procesos de paz, no, jamás dar la mano a asesinos sean paramilitares o guerrilleros”.

Un público casi enteramente colombiano pregunta. Abad ha vuelto a España, país que siente como su segunda casa, después de 10 años de “castigo”, pues se autoimpuso no pisar tierra de sus antepasados por la despreciable obligación impuesta por el Estado español a los colombianos a “medigar permisos de visas”.

Vuelve a Medellín, a su cobijo, con su culpa y con el reconocimiento de innumerables lectores por haber intentado recuperara su padre en la novela que lleva el nombre el primer verso de Epitafio, un poema de Borges, encontrado por su hijo en el bolsillo del pantalón de su padre luego que los sicarios vaciaran sus cargadores en su cuerpo. "Ya somos el olvido que seremos..."


5 de novembre de 2010


LA FÓRMULA DEL MATEMÁTICO

El verde tiñe la amoratada política en Colombia. El partido de los ex alcaldes de Bogotá, Antanas Mockus, Luis E. Garzón y Enrique Peñaloza, más el ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, planean pintar el país con políticas transparentes y economías limpias, junto a ciudadanos interesados en solucionar sus problemas y los de su entorno.

Más de 3 millones de colombianos votaron a la pareja verde Mockus/Fajardo en las dos vueltas de las elecciones presidenciales en mayo y junio pasado. Una fórmula que se distancia del eje vertical izquierda/derecha para desplegar una red ciudadana comprometida en hacer políticas de progreso social, que desplacen el dominio de políticos (de izquierda y derecha) que buscan “prebendas clientelísticas”.

Además del verde, irrumpen las matemáticas en la forma de hacer política. Sergio Fajardo (54), un académico matemático, resolvió, con otros, pasar del “deber ser” al “hacer” a fines del siglo pasado. En Medellín, reunió a personas de procedencias sociales y profesionales diferentes , sensibles ante una Colombia que, sumida en políticas irreductibles, la dejaba sin horizonte.

La tarea era compartir unos principios básicos a partir de los cuales plantear problemas fundamentales y, una vez definidos, formular una política de tratamiento que buscaba , como resultado, la confianza de ciudadanos desesperanzados. Con este método, proveniente de las matemáticas, arribaron a la política.

Uno de los principios básicos es la elección de los medios, claves para hacer posible el fin. El diálogo a pié de calle se convirtió en la forma por excelencia para conseguir la confianza ciudadana. Con Fajardo, como candidato a la alcaldía de Medellín , lo intentaron el 2000 sin conseguirlo. Lo repitieron en las elecciones del 2003, ganándolas por la mayoría más alta de todas las elecciones de la historia de la ciudad.

La credibilidad obtenida fue el resultado de una relación de igualdad establecida en meticulosos recorrido por la piel de la ciudad -calle por calle- hablando y escuchando a la gente para entenderla. Con cuatro años de gestión, Fajardo se retiró con una aprobación del 80% de los vecinos, sucediéndole como alcalde, en las elecciones del 2007, Alonso Salazar, uno de sus miembros en el gabinete.

El matemático asimilado a la política, luego de reunir 700 mil firmas para aspirar a la Presidencia de la Republica el 2010, con el Movimiento Compromiso Ciudadano por Colombia, se retiró para integrar, como postulante a vicepresidente, la fórmula encabezada por Antanas Mockus, otro matemático, además de filósofo.


25 de Octubre de 2010


ESTADOS UNIDOS ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

La guerra sucia fue una seña de identidad de las dictaduras militares latinoamericanas (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia) en los años 70 y 80 del siglo pasado. Era la estrategia decidida por la cabeza de estados dictatoriales e implementadas por uniformados y civiles protegidos por estructuras ad hoc al margen de las leyes nacionales o internacionales (incluso de las fabricadas por las propias dictaduras) para exterminar al enemigo.

Hoy, la guerra sucia compromete a Estados Unidos, tenida como la más importante de las democracias en el mundo. La implicación en ella, ya no sólo por el apoyo político y militar que le proporcionó, en su momento, a esas dictaduras, sino a su propio ejercicio del poder, como lo certifican los centenares de miles de informes, revelados por Wikileaks, de los militares estadounidenses remitidos al Pentágono.

El gobierno de Bush, tras el atentado terrorista del 11-S, transgredió la legislación internacional y estableció normas excepcionales (sobrepasando la propia Constitución estadounidense) para eliminar el enemigo. Atacó Irak para derrocar la dictadura de Hussein y de paso se llevó por delante el Estado iraquí, quedando el territorio bajo la ocupación del ejército estadounidense durante siete años.

El secuestro, las cárceles secretas, la tortura sistemática, la ejecución sumaria, la detención prolongada sin juicio y el traslado de prisioneros en forma clandestina por diversos países fueron prácticas de las dictaduras militares latinoamericanas en la llamada “guerra contra la subversión comunista”. Todas ellas recibieron el repudio de la comunidad internacional.

Estados Unidos, según los informes despachados al Pentágono, aplica las mismas prácticas en la llamada “guerra contra el terrorismo”. Tras el gobierno de Bush, el Presidente Obama decidió poner fin a los métodos y estratégias empleadas por su antecesor, pero no dio luz verde a iniciar investigaciones administrativas, menos judiciales, contra los responsables de las rutinas degradantes de la política de Bush.

En Argentina, Chile, Uruguay y Perú (tras la dictadura de Fujimori en los 90), los gobiernos democráticos, a diferencia del de Estados Unidos, sí abrieron investigaciones para establecer la verdad de lo sucedido y procesos judiciales para penalizar a los responsables de las sistemáticas transgresiones a los derechos humanos.

El Pentágono defiende el silencio, y, por lo tanto, la impunidad de los culpables invocando la seguridad nacional, el mismo concepto usado por los dictadores militares latinoamericanos para justificar sus políticas. La ideología de la seguridad nacional, la que los militares estadounidenses enseñaron en sus escuelas a los pares latinoamericanos en los años 60, vuelve para acreditar la política de exterminio del enemigo en Irak.