Monday, October 23, 2017

OCTUBRE, EN CATALUÑA

El gobierno de Mariano Rajoy llegaría a Cataluña con la complicidad de socialistas y ciudadanos, igual como llegó a La Moncloa en 2016. Vendría con “la mano tendida”, pero se encontrará con “manos empuñadas”. El gobierno de Carles Puigdemont podría detenerlo volviendo a las urnas (elecciones), pero las emociones están por irse a la calle (resistencia). Banderas independentistas pueblan balcones de las ciudades, comienzan a desplegarse las españolas. 

Presidente Carles Puigdemont: elecciones o resistencia ante la imposición

El golpe del 7 de septiembre

La vía hacia la independencia unilateral ha parecido una “revolución”, mientras la suspensión de la autonomía de Cataluña a lo que más se parece es a un “golpe de estado”. La creación de una legalidad catalana propia, opuesta a la española, fracturó la base de la convivencia política y el cese del gobierno y recorte del parlamento impone la interdicción de la autonomía.

El gobierno catalán decidió romper con la Constitución española el 7 de septiembre contó con la aprobación de una mayoría de diputados, el 55%, que representa a una minoría de los catalanes, el 47,78%. Lo hizo cambiando reglas del parlamento, contra los derechos de la oposición, sin debate y desoyendo al Consejo Consultivo Estatutario, elegido por los diputados y a los juristas letrados del parlamento. Un quiebre ejercido en forma autoritaria, “a la brava”.

La mayoría absoluta de diputados forzó, por una parte, una ley de referéndum, definida “superior” a la Constitución y leyes que la contradijeran, para hacer una consulta democrática vinculante sin fijar mínimos de participación ni mayorías calificadas; y por la otra, una ley de transitoriedad jurídica, especie de micro-constitución, que regiría hasta aprobarse una Constitución republicana.

Victoria simbólica

Con esta legalidad (suspendida por el Tribunal Constitucional) logró realizar un referéndum sin garantías democráticas, a lo que se añadió una represión policial chocante contra ciudadanos en resistencia pasiva que impedía el acceso de la policía a las sedes de votaciones con el fin de incautar las urnas de votación.  

El 1 de Octubre, de los 5.313.564 catalanes, participó el 43%, votó a favor de la independencia el 38,4% y en contra el 3,3% (ningún partido llamó a marcar esta alternativa)  y se abstuvo el 56,9%, opción asumida por tres partidos de oposición, un cuarto partido declaró libertad de voto.

Con todo, el independentismo logró una victoria simbólica, porque  hubo votación, a pesar de la expresa prohibición judicial y por las imágenes de una masiva represión de la policía estatal en lugares de votación que circularon por el mundo.

Independencia, imposible sin reconocimiento

Las expectativas de proclamar la independencia estimuló el potencial movilizador ante la posibilidad de en pocos días declarar la independencia. Dos días después de las votaciones, Cataluña paró sus actividades, con el apoyo de las administraciones del gobierno y mayoría de municipalidades. En Barcelona centenares de miles de personas salieron a las calles a celebrar y protestar por lo acontecido.

Los resultados del 1 de Octubre, nadie los reconocía válidos, a excepción de los que apoyaron la independencia. Así, su declaración, sin reconocimiento de “los otros” (estados) quedaría en eso en una intención sin fuerza para iniciar su recorrido, más aún sin la mitad de catalanes, por lo menos, que tampoco la aceptaba.

Las presiones apretaban desde muy diversos lugares para que el presidente adoptara una u otra posición. Entre éstas hubo una inusual y no esperada, la del presidente del Consejo Europeo, la instancia que define las orientaciones y prioridades de las políticas de la Unión.

Donald Task, de la etnia Cachubia, minoría eslava en Polonia, le pidió al presidente catalán: “respete el orden constitucional y no anuncie la decisión que haga el diálogo imposible”. Horas después el presidente, contenido, asumía el mandato entregado el 1 de octubre (…) y agregaba que suspendía los efectos de la declaración de independencia para abrir un diálogo.

De la confusión al temible 155

El desconcierto fue general. Todos, también sus partidarios, se preguntaban si había o no declarado la independencia. Esos segundos mostraron una de las características de este largo proceso: la ambigüedad, la opacidad alimentada por un tactismo político en cada detalle del gesto, de la palabra, del silencio, del movimiento.  

El presidente Rajoy lo emplazó a que en cuatro días aclarara con un sí o no si la había declarado. No hubo respuesta precisa y el Estado apretó el botón para poner en marcha y estrenar el temido e inimaginable artículo 155 de la Constitución.

Este artículo faculta al gobierno proponer al Senado medidas necesarias para restablecer las obligaciones Constitucionales o legales incumplidas, las que deben aprobarse por mayoría absoluta. El gobierno las aplicará mediante instrucciones a las autoridades de la autonomía. Un artículo que le da amplia discrecionalidad para que las medidas sean duras o blandas. 

El golpe a la democracia

La incertidumbre subió ante el desconocimiento del calado de la aplicación del 155 (era  primera vez, que se implentaría en 39 años de vigencia de la Constitución). El gobierno del Partido Popular resolvió, en Consejo de Ministros, con el apoyo previo del PSOE y de Ciudadanos, aplicar una cirugía mayor, de gran calado: suspender la autonomía  mediante el cese de todo el gobierno catalán y recortar las facultades del parlamento, como la de ejercer el control político del gobierno.

La Generalitat (gobierno catalán) se convertiría en un ente administrativo, obediente a las instrucciones políticas de los ministerios correspondientes del gobierno central, las que, asu vez, serían controladas por el Senado (con mayoría absoluta del PP). El parlamento catalán quedaría anulado en su capacidad fiscalizadora y limitado en su capacidad legislativas, dado que el gobierno central tendría poder de veto.

Un golpe de fuerza contra las instituciones democráticas catalanas que insinúa la  voluntad de ir más allá de “restablecer el orden constitucional” como sería acometer medidas contra logros alcanzados durante los 37 años de autonomía en temas como la lengua, la educación, la cultura y en la seguridad, los asuntos exteriores  y en competencias económicas.

Nacionalismo en vez de política nacional

La vía unilateral hacia la independencia ha chocado con la realidad catalana, española y europea. La dirección independentista enrocada en la unilateralidad no atrajo a esa amplia mayoría, como es el 70% de catalanes que se declara favorable a que Cataluña decida su futuro dentro o fuera de España.

El independentismo careció de estrategia para enfrentar el no-diálogo del gobierno del Partido Popular explicando su proyecto en los pueblos de España con el fin de  encontrar complicidad, puntos en común, confianza. Tampoco desarrolló iniciativas compartidas con partidos políticos favorables al derecho de decidir de los catalanes.

También evitó encarar la falta de reconocimiento de los estados europeos y su imposibilidad de integrar la UE durante un tiempo indefinido. Para lograr empatía exterior habría tenido que plantear clara y constructivamente el por qué de su opción por la independencia, qué relaciones se proponía con España y qué rol cumpliría en la Unión Europea.  

Nuevo ciclo: de imposiciónes y enfrentamientos

El golpe contra Cataluña ante el desafío independentista cambia el escenario. La defensa de las instituciones democráticas catalanas se superpone a la declaración de independencia. La alternativa del gobierno es convocar elecciones autonómicas dejando sin aliento el golpe y renovar su legitimidad, o escribir en el último renglón de la “hoja de ruta”: declaro la independencia, como acto “épico de la derrota” en esta etapa del conflicto, que continuaría por cauces diferentes a los conocidos hasta ahora: resistencia y enfrentamiento ante la imposición.

Monday, October 09, 2017

VÉRTIGO EN CATALUÑA

En la sede del parlamento de Cataluña, antiguo polvorín del ejército de Felipe V (siglo XVIII), estallará la declaración de la independencia de un Estado bajo el reinado de Felipe VI y el gobierno de la derecha española de Mariano Rajoy. Una independencia que recibió la aprobación del 38,7% de los catalanes con derecho a voto. El gobierno de España prepara el contragolpe con una intervención en toda la línea, con la Constitución en una mano, el código penal en la otra y las policías.

Cuerpo a cuerpo, las fuerzas se encuentran ya en las calles

El gobierno de España y Cataluña se encuentran en un callejón sin salida. Ni el catalán tiene margen para echar atrás la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) ni el español no intervenir la autonomía en caso que se pronuncie la DUI en el  parlamento catalán.

La situación produce vértigo, al borde de un abismo. La sociedad percibe la inminencia de un golpe y contragolpe, en que ni la nueva astucia del gobierno catalán podría esquivarlo al proclamar la DUI sin efectividad inmediata para un hipotético diálogo, ni la manida irresolución del gobierno central podría detenerlo ante la determinación de independencia -diferida o no-. La relación de fuerzas decidirá esta fase de una contienda que iniciará una nueva etapa.   

La intervención

El Rey Felipe VI en su intervención, dos días después del 1 de Octubre, reforzó al gobierno para  que recuperara “el quebrantado Estado de Derecho y orden constitucional” por  “algunas autoridades catalanes que han demostrado una deslealtad inadmisible a los poderes del Estado”. Unas palabras desusadas que sorprendieron, pero que transparentan la firme determinación de actuar si no hay rectificación, porque o si no “todo irá a peor”, dijo Rajoy el fin de semana.

La intervención del gobierno central sobre Cataluña comenzó en plenos preparativos del referéndum unilateral del 1 de Octubre: control del Ministerio de Hacienda de las cuentas catalanas (pago de sueldos y proveedores) y control del Ministerio del Interior con el numeroso contingente de guardias civiles y policías nacionales – alrededor de 10.000 efectivos- en Cataluña.

Sólo falta el control político del gobierno central: intervenir la autonomía y obligar a corregir la actual situación desmontando las leyes de ruptura: la de referéndum que en caso de más votos Sí contempla la DUI en 48 horas y la ley de transitoriedad que norma el periodo constituyente hacia una república catalana. Intervenir Cataluña para volverla a la ley y la normalidad”, dictamina Rajoy.

El fracaso de la política

Lo que se está viviendo es otra faceta, la más dramática, de la grieta estructural del pacto constitucional de 1978. Es el desinterés del gobierno de Mariano Rajoy por reconocerla y actuar políticamente dialogando, negociando acordando. Su política autoritaria la justifica invocando a su manera la Constitución y la ley o actuando detrás de la Fiscalía del Estado o del Tribunal Constitucional, de lo que ha dispuesto a piacere.

Sobre Cataluña se viene una fuerza inconmensurable y evidenciará también el fracaso de la vía unilateral  hacia la independencia asumida el 2015, tras renunciar a la vía pactada por la persistencia del gobierno del Partido Popular de negarse a dialogar sobre el referéndum y el inicio de la persecución política a los dirigentes independentistas por la vía judicial.

El gobierno catalán optó por no hacer esfuerzo por ampliar políticamente (hacia los comunes) y socialmente (hacia los sindicatos) una alianza que expresara la amplia mayoría por el derecho a decidir de los catalanes. Tampoco salió a tiempo a conversar por las Españas para buscar sintonía, apoyos, solidaridad ante la cerrazón del centralismo, ni siquiera a una Europa, más allá de los nacionalistas. La prisa del independentismo, colocando fecha de caducidad a cada fase, lo enrocó y estancó.   

El músculo independentista

El independentismo se conformó con un firme, disciplinado y movilizado movimiento cívico, pero careció de una dirección política sólida, cohesionada, especialmente a partir de las elecciones de 2015, cuando con el 47,8% de votos y mayoría absoluta en el parlamento pasó tres meses sin formar gobierno; la rama “anticapitalista” de la CUP (10 diputados, que dan mayoría absoluta al independentismo) “mató políticamente al líder del proceso”, el presidente Artur Mas y meses después, obligó a su sucesor, Carles Puigdemont, a exponer su presidencia a un voto de confianza del parlamento.

Fue el momento en que el independentismo resolvió dar un giro enfilando hacia el referéndum unilateral. Con la voluntad política encendida inició la preparación en sigilo, moviendo a un denso tejido de organizaciones en las ciudades del área metropolitana de Barcelona, capitales de provincias y comarcas y en miles de pueblos catalanes. En el último tramo sortearon las dificultades de las fiscalías, de las policías y de las decisiones del Tribunal Constitucional y administrativas del gobierno central.

Hasta romperse

El resultado de este movimiento épico se reflejó el 1-O: votaciones a pasar de la prohibición y la represión policial que creó las imágenes que avergonzaron a España en el mundo.  Sin embargo, el referéndum unilateral si bien arrojó un respetable 42% de participación, sólo un 38,7% de los catalanes con derecho a voto marcaron el sí a la independencia frente a un 56,9% de catalanes, que optaron por abstenerse declarando la falta de garantías democráticas del referéndum.  

Un Estado, como el español, administrado por el Partido Popular, heredero de las formas autoritarias incubadas en el franquismo, se dejará caer sobre una Cataluña gobernada por una coalición nacionalista-republicana ingenua, con una fuerza movida por la emoción y el anhelo de ser reconocida como una nación con facultad de autodeterminación.

La declaración de independencia golpeará en el hemiciclo y acto seguido el contragolpe se sentirá en todo el mundo. El Estado español se estremecerá, Cataluña padecerá la fractura. Es la degradación de la democracia en España, representada en el silencio, en el no-diálogo, en la astucia, en la propaganda, en la represión y en la exclusión  del centralismo y el independentismo, ambos con la voluntad de imponer hasta romperse.