por Pablo Portales
Por qué los obispos cuando se montan en el sexo suelen perder los estribos. Esta vez han salido disparados, con desenfreno, empleando un lenguaje confrontacional con el Gobierno de la Concertación de Michele Bachelet: "el documento normativo (sobre la píldora del día después) recuerda a políticas públicas fijadas en regímenes totalitarios que pretendían desde el Estado regular la vida íntima de las personas en función de criterios autoritarios, no consensuados, y reñidos con el respeto a la dignidad de la persona humana".
Un lenguaje muy diferente a los tiempos de la llamada "revolución sexual", de la segunda mitad de los sesenta. Entonces, el Gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva introdujo en su política pública de salud el concepto de planificación familiar y, consecuente con ello, comenzó a entregar la píldora anticonceptiva. Los obispos no comulgaron con la iniciativa, pero tampoco embistieron contra el régimen democratacristiano ni se les ocurrió compararlo con el sistema soviético o chino.
El Papa Roncalli, dos años antes había abierto el Concilio Vaticano II dejando que viento fresco soplara en las mentes de obispos de todo el mundo reunidos en disputadas reuniones. La apertura conseguida llegó a sellar una reconciliación con la modernidad proveniente de la Ilustración, la de la primacía de la razón y la ciencia.
Una evidencia de este comienzo fue el resultado de la primera Comisión Pontificia de Estudios de la Natalidad nombrada por el Papa Montini: el 60% de los obispos, el 80 de los teólogos y el 100% de los laicos (hombres y mujeres) aprobaron la idea de control de la natalidad. Sin embargo, Montini, temeroso, designó una segunda Comisión, que trabajó en forma secreta y compartimentada.
La conclusión fue contraria a la primera y la redacción de la encíclica Humana Vitae (1968), redactada en un 60% por el Cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla, niega el avance científico-tecnológico de la píldora como regulador de la natalidad. La encíclica decepcionó en amplios sectores del catolicismo e incluso sus conclusiones fueron interpretadas y matizadas por los obispos alemanes, canadienses, franceses, entre otros.
El mismo Wojtyla, en su Pontificado de 25 años, introdujo una atmósfera de rigurosa disciplina, poniendo atajo a todo disenso en materias éticas y teológicas; formó progresivamente episcopados afines, como el chileno actual, a su línea pastoral fundada en un neoconservadurismo doctrinario. Sus encíclicas fueron incontestadas, especialmente la referidas a la familia y ética sexual. Condenó con pasión el uso del preservativo, soslayando a éste como un medio eficaz para salvar de una muerte inminente a millones de personas en el mundo al contraer el Sida.
En estos días, bajo el papado de Ratzinger, ha sido destituído de la cátedra de bioética el teólogo jesuíta Juan Masiá de la Pontificia Universidad de Comillas por sostener que el condón "no sólo se usa como prevención de un contagio, sino como un anticonceptivo corriente, y se puede usar para evitar un embarazo no deseado y evitar un aborto".
La píldora (en los 60), el condón (en los 80) y, ahora, la píldora del día después (en los 2000) son claves para afrontar "emergencias", lo que no contradice fortalecer una formación de criterios para que la sexualidad se exprese en las diferentes etapas de la vida humana. Pero, el incremento del embarazo no deseado: 20% en las adolescentes situadas en el quintil más pobre y 2% en el quitil más rico (con acceso a la píldora del día después), está revelando, además de una desigualdad de oportunidades, que familias y colegios no parecen preparadas para hablar de sexualidad con niños y jóvenes.
La Iglesia católica, por su parte, se limita a hacer llamados a una responsabilidad circunscrita a llevar una vida sexual activa dentro del matrimonio y de continencia antes o fuera de él. Una forma de pensar que puede decirse, pero no forzarla a toda la sociedad, más aún cuando se vive una fase de la modernidad -o posmodernidad- bajo la primacía del placer y la técnica. Más, cabría abrirse a un nuevo diálogo con este nuevo mundo, diferente al de la Ilustración y, en ese sentido escuchar la propuesta del Cardenal Carlo María Martini de preparar un nuevo Concilio. Una oportunidad para aprender a montar y no perder los estribos.
Por qué los obispos cuando se montan en el sexo suelen perder los estribos. Esta vez han salido disparados, con desenfreno, empleando un lenguaje confrontacional con el Gobierno de la Concertación de Michele Bachelet: "el documento normativo (sobre la píldora del día después) recuerda a políticas públicas fijadas en regímenes totalitarios que pretendían desde el Estado regular la vida íntima de las personas en función de criterios autoritarios, no consensuados, y reñidos con el respeto a la dignidad de la persona humana".
Un lenguaje muy diferente a los tiempos de la llamada "revolución sexual", de la segunda mitad de los sesenta. Entonces, el Gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva introdujo en su política pública de salud el concepto de planificación familiar y, consecuente con ello, comenzó a entregar la píldora anticonceptiva. Los obispos no comulgaron con la iniciativa, pero tampoco embistieron contra el régimen democratacristiano ni se les ocurrió compararlo con el sistema soviético o chino.
El Papa Roncalli, dos años antes había abierto el Concilio Vaticano II dejando que viento fresco soplara en las mentes de obispos de todo el mundo reunidos en disputadas reuniones. La apertura conseguida llegó a sellar una reconciliación con la modernidad proveniente de la Ilustración, la de la primacía de la razón y la ciencia.
Una evidencia de este comienzo fue el resultado de la primera Comisión Pontificia de Estudios de la Natalidad nombrada por el Papa Montini: el 60% de los obispos, el 80 de los teólogos y el 100% de los laicos (hombres y mujeres) aprobaron la idea de control de la natalidad. Sin embargo, Montini, temeroso, designó una segunda Comisión, que trabajó en forma secreta y compartimentada.
La conclusión fue contraria a la primera y la redacción de la encíclica Humana Vitae (1968), redactada en un 60% por el Cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla, niega el avance científico-tecnológico de la píldora como regulador de la natalidad. La encíclica decepcionó en amplios sectores del catolicismo e incluso sus conclusiones fueron interpretadas y matizadas por los obispos alemanes, canadienses, franceses, entre otros.
El mismo Wojtyla, en su Pontificado de 25 años, introdujo una atmósfera de rigurosa disciplina, poniendo atajo a todo disenso en materias éticas y teológicas; formó progresivamente episcopados afines, como el chileno actual, a su línea pastoral fundada en un neoconservadurismo doctrinario. Sus encíclicas fueron incontestadas, especialmente la referidas a la familia y ética sexual. Condenó con pasión el uso del preservativo, soslayando a éste como un medio eficaz para salvar de una muerte inminente a millones de personas en el mundo al contraer el Sida.
En estos días, bajo el papado de Ratzinger, ha sido destituído de la cátedra de bioética el teólogo jesuíta Juan Masiá de la Pontificia Universidad de Comillas por sostener que el condón "no sólo se usa como prevención de un contagio, sino como un anticonceptivo corriente, y se puede usar para evitar un embarazo no deseado y evitar un aborto".
La píldora (en los 60), el condón (en los 80) y, ahora, la píldora del día después (en los 2000) son claves para afrontar "emergencias", lo que no contradice fortalecer una formación de criterios para que la sexualidad se exprese en las diferentes etapas de la vida humana. Pero, el incremento del embarazo no deseado: 20% en las adolescentes situadas en el quintil más pobre y 2% en el quitil más rico (con acceso a la píldora del día después), está revelando, además de una desigualdad de oportunidades, que familias y colegios no parecen preparadas para hablar de sexualidad con niños y jóvenes.
La Iglesia católica, por su parte, se limita a hacer llamados a una responsabilidad circunscrita a llevar una vida sexual activa dentro del matrimonio y de continencia antes o fuera de él. Una forma de pensar que puede decirse, pero no forzarla a toda la sociedad, más aún cuando se vive una fase de la modernidad -o posmodernidad- bajo la primacía del placer y la técnica. Más, cabría abrirse a un nuevo diálogo con este nuevo mundo, diferente al de la Ilustración y, en ese sentido escuchar la propuesta del Cardenal Carlo María Martini de preparar un nuevo Concilio. Una oportunidad para aprender a montar y no perder los estribos.
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