América Latina y El Caribe se paran en sus propios pies. Representantes de sus 32 países ingresaron a la asamblea de la OEA en San Pedro Sula, Honduras, decididos a levantar el anatema contra Cuba impuesto por Estados Unidos, junto a 14 países americanos, en la reunión de Punta del Este, en 1962.
Una personalidad que ya había mostrado en la Cumbre de Presidentes de Sauípe, en 2008. Ahí acordaron crear una organización de estados latinoamericanos y del caribe en México el 2010, un año simbólico cuando la mayoría de los estados latinoamericanos estén conmemorando el bicentenario de su independencia nacional.
El Presidente Lula, anfitrón en Sauípe, se pronunció a favor de la integración de Cuba en los principales foros de diálogo de la Región. En la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, frente al Presidente Barack Obama, los mandatarios latinoamericanos y del caribe centraron sus miradas en la gran ausente, Cuba. Reivindicaron el levantamiento del embargo estadounidense y Obama prometió una “nueva dirección” en sus relaciones con la isla.
La reunión de la OEA se convertía en un verdadero test para las relaciones entre Obama y la Región. Estados Unidos entraba como el único país sin relaciones diplomáticas con Cuba. Horas antes de la apertura de la asamblea, el Presidente de El Salvador, Mauricio Funes, en su discurso de toma de posesión del gobierno, ante un público exultante, había declarado el inmediato reconocimiento al Gobierno de Cuba.
La Canciller estadounidense, Hillary Clinton, arribó a San Pedro Sula con la idea de que un levantamiento del castigo tenía como condición la reorientación política del gobierno cubano hacia formas democráticas y respeto a los derechos humanos. Una idea sin acogida, dado que los motivos dados para excluir a Cuba en Punta del Este fueron su definición ideológica y alineamiento político en el contexto de la Guerra Fría.
Al final, los discursos de los representantes de la Región eran de alegría y satisfacción y Estados Unidos, resignado, se había allanado a remover el obstáculo para iniciar un diálogo con Cuba en vista a su regreso a la OEA. Algo que resultará dependiendo del curso que adquiera el diálogo bilateral abierto entre los gobiernos de Obama y Castro.
“La política de Estados Unidos hacia Cuba ha fracasado”, afirmó la propia Canciller Clinton hace dos meses. Lo ha verificado en la OEA, un espacio en que solía a hacer prevalecer sus posiciones. Ahora, ha tenido el mérito de escuchar y enmendar, coherente con lo que expresara el Presidente Obama en Trinidad y Tobago, de “buscar un nuevo comienzo con Cuba”, distante de la beligerancia, arrogancia y desprecio de tiempos no muy lejanos.
Estados Unidos se ha encontrado con una América Latina y El Caribe unida en torno a reincorporar a Cuba que, a pesar de sus diferentes motivos para ello, comparte una idea de dignidad, autovaloración y de justicia, relegando la actitud pusilánime, oportunista o, simplemente, a subordinarse ante el poder, sea por temor o por dinero.
Lo vivido en San Pedro Sula muestra a una América Latina y El Caribe más sensible a forjarse una identidad en el mundo, con capacidad de arribar a acuerdos respetándose sus diversidades ideológicas y que, tomando en serio su independencia e igualdad en el trato con Estados Unidos, puede, con firmeza, flexibilidad y transparencia, obtener nuevos logros en el contexto regional y global y más, reconocimiento de sus ciudadanos.