Thursday, June 18, 2009

HA LLEGADO EL TIEMPO DE DECIR


La historia continua. Se escribe y reescribe. Fluye en penumbra, unas veces; a plena luz, otras. Por un tiempo lo hace apenas como un rumor, inaudible y, de pronto ruidosa, hasta a inquietar. Nada pareciera detenerla y cuando presumimos que ha llegado a su fin (el fin de la historia), la misma, sin aviso, nos sorprende. Esa historia se comprende cada vez más a través de “pequeñas historias”, relatos de muy diferentes voces decididas a librarse de sus propios miedos, después de un tiempo prolongado.

“Era una cosa que guardé de tantos dolores que me vinieron en esos tiempos (…) mis hijos me decían por qué no contaba lo que había visto, pero no podía”, cuenta la pobladora Mónica Salinas 36 años después de esa madrugada del 18 de septiembre de 1973 cuando vio cuatro cuerpos arrojados junto al muro de un cementerio, entre los que reconoció el del cantautor Víctor Jara.
“Culmina una compleja misión (de 9 años) para reivindicar plenamente como jefe militar y soldado de excelencia a un distinguido comandante en jefe cuyo recuerdo ha estado largamente ausente en los cuarteles militares (más de 30 años)”, revela el jefe del ejército, general Óscar Izurieta al inaugurar el Campo Militar San Bernardo que lleva el nombre del ex Comandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats González, asesinado por la policía secreta de la Junta Militar de Gobierno en septiembre de 1974.
La voz individual de una pobladora y la voz institucional de un militar se conectan en el acto de descorrer un velo y dejar ver delitos de lesa humanidad cometido por funcionarios del estado (los uniformados), pero, sobre todo, ambas abren la posibilidad de reconocer la profundidad del terror, de los miedos implantados y que cada uno expresa a su manera.
La pobladora muestra su temor en forma transparente, con todas sus letras, algo que tiene que ver consigo misma, mientras el militar lo hace de forma concienzuda, algo que tiene que ver con su institución, el ejército. El comandante en jefe declara que se ha llegado al final de una difícil misión iniciada en forma discreta por el sucesor de Pinochet: rehabilitar a Prats dentro de la institución.
El antecesor de Izurieta, en el 2004, dio un paso decisivo al rendirle honores militares a Prats por primera vez desde su muerte, los que se les negaron después de su muerte. Mientras esto sucedía, Pinochet ya estaba “fuera de combate”, recluido en su residencia y con una virtual “prohibición militar” de hacer declaraciones públicas.
El mando de Izurieta reincorpora al general Prats a los cuarteles, lugares donde durante muchos años se ha temido siquiera pronunciar su nombre. Pronto, la Corte Suprema sentenciará en forma definitiva a sus asesinos, entre los que se cuentan generales, brigadieres y coroneles en retiro. En los días siguientes, ¿seguirán estas personas siendo llamadas por sus grados militares y gozando privilegios como reos rematados?
Periodistas, desde la segunda mitad de los 80, han ido narrando “pequeñas historias” en libros, reportajes y entrevistas; jueces, desde la segunda mitad de los 90, han ido reuniendo las piezas de comisiones de delitos de lesa humanidad. El rigor de ambos oficios ha permitido alentar a librarse de los temores.
Un titular de diario decidió a Mónica Silva a dar su testimonio. La sentencia de un juez, luego de una investigación de cinco años, establece una verdad jurídica que da pié a que el general Izurieta, ante sus camaradas, abra la puerta de los cuarteles y reintegre plenamente a un hombre, como dijo, “lo tuvo todo en el Ejército y lo perdió todo en el Ejército, por honor”.
Estas demostraciones, de una pobladora y de un militar, pueden ser leídas como una actitud ética, indispensable para animar a que nuevas voces liberen sus miedos y hagan que la historia prosiga -se escriba y reescriba- y fluya en busca de un futuro Chile valorizado más por la calidad humana de su convivencia social que por la rentabilidad marginal de sus negocios.


Sunday, June 07, 2009

LATIDOS EN LA OEA

América Latina y El Caribe se paran en sus propios pies. Representantes de sus 32 países ingresaron a la asamblea de la OEA en San Pedro Sula, Honduras, decididos a levantar el anatema contra Cuba impuesto por Estados Unidos, junto a 14 países americanos, en la reunión de Punta del Este, en 1962.

Una personalidad que ya había mostrado en la Cumbre de Presidentes de Sauípe, en 2008. Ahí acordaron crear una organización de estados latinoamericanos y del caribe en México el 2010, un año simbólico cuando la mayoría de los estados latinoamericanos estén conmemorando el bicentenario de su independencia nacional.

El Presidente Lula, anfitrón en Sauípe, se pronunció a favor de la integración de Cuba en los principales foros de diálogo de la Región. En la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, frente al Presidente Barack Obama, los mandatarios latinoamericanos y del caribe centraron sus miradas en la gran ausente, Cuba. Reivindicaron el levantamiento del embargo estadounidense y Obama prometió una “nueva dirección” en sus relaciones con la isla.

La reunión de la OEA se convertía en un verdadero test para las relaciones entre Obama y la Región. Estados Unidos entraba como el único país sin relaciones diplomáticas con Cuba. Horas antes de la apertura de la asamblea, el Presidente de El Salvador, Mauricio Funes, en su discurso de toma de posesión del gobierno, ante un público exultante, había declarado el inmediato reconocimiento al Gobierno de Cuba.

La Canciller estadounidense, Hillary Clinton, arribó a San Pedro Sula con la idea de que un levantamiento del castigo tenía como condición la reorientación política del gobierno cubano hacia formas democráticas y respeto a los derechos humanos. Una idea sin acogida, dado que los motivos dados para excluir a Cuba en Punta del Este fueron su definición ideológica y alineamiento político en el contexto de la Guerra Fría.

Al final, los discursos de los representantes de la Región eran de alegría y satisfacción y Estados Unidos, resignado, se había allanado a remover el obstáculo para iniciar un diálogo con Cuba en vista a su regreso a la OEA. Algo que resultará dependiendo del curso que adquiera el diálogo bilateral abierto entre los gobiernos de Obama y Castro.

“La política de Estados Unidos hacia Cuba ha fracasado”, afirmó la propia Canciller Clinton hace dos meses. Lo ha verificado en la OEA, un espacio en que solía a hacer prevalecer sus posiciones. Ahora, ha tenido el mérito de escuchar y enmendar, coherente con lo que expresara el Presidente Obama en Trinidad y Tobago, de “buscar un nuevo comienzo con Cuba”, distante de la beligerancia, arrogancia y desprecio de tiempos no muy lejanos.

Estados Unidos se ha encontrado con una América Latina y El Caribe unida en torno a reincorporar a Cuba que, a pesar de sus diferentes motivos para ello, comparte una idea de dignidad, autovaloración y de justicia, relegando la actitud pusilánime, oportunista o, simplemente, a subordinarse ante el poder, sea por temor o por dinero.

Lo vivido en San Pedro Sula muestra a una América Latina y El Caribe más sensible a forjarse una identidad en el mundo, con capacidad de arribar a acuerdos respetándose sus diversidades ideológicas y que, tomando en serio su independencia e igualdad en el trato con Estados Unidos, puede, con firmeza, flexibilidad y transparencia, obtener nuevos logros en el contexto regional y global y más, reconocimiento de sus ciudadanos.