Son los primeros días del Govern de CiU, después de siete años en la oposición, justo cuando se inicia la segunda década del siglo XXI,
El cambio político del President Mas sucede en medio del desaliento ciudadano. El paro, los recortes de sueldos, las ejecuciones de hipotecas y la percepción, cada vez más intensa y extendida, de que los más responsables de la crisis económica – entidades financieras y grandes inversionistas- se han recuperado y vuelven a influir, presionar e imponer ajustes económicos sobre gran parte de la ciudadanía.
El nuevo gobierno también asume en medio de frustraciones acumuladas de parte significativa de ciudadanos. Los reveses de la gestión política de los gobiernos de izquierdas (tripartitos) han jibarizado l’Estatut de Catalunya impidiendo conseguir más facultades políticas, más autogobierno e independencia respecto de las políticas del Estado español, e incluso cuestiona avances conseguidos, como en política lingüística.
En ese contexto, el discurso del President Mas (de investidura, de posesión del govern y de fin de año) esboza la idea de un gobierno que se propone incentivar entusiasmo entre los ciudadanos para sostener con eficacia la recuperación económica y defensa del estado de bienestar, por una parte, y el desarrollo de un catalanismo capaz de avanzar gradualmente hacia nuevas cotas de autogobierno.
Emprender y, especialmente, transmitir a una ciudadanía incrédula y desorientada, perspectivas de avance y posibilidades ciertas de obtener logros requiere de una política nacional, no sectaria, de diálogo permanente con las demás fuerzas catalanistas y formas de comunicación creativas con la trama de organizaciones de la sociedad civil catalana.
El discurso de Mas, en sus primeras intervenciones, sugiere crear un clima político que deje atrás la discordia estéril y domine un debate en vista a darle consistencia a una política nacional frente a la crisis económica y al conflicto con el Estado español.
Una actitud fundamental de inclusión asoma en los acuerdos de la mesa del Parlament, de la investidura del Govern y también en la sorprendente designación de Ferran Mascarell, un socialista catalanista, como conseller en Cultura.
No obstante, esta acitud no concuerda con la actitud confrontacional de Felip Puig, político de la nomenclatura Convergente, que antes de asumir anunció eliminar las principales iniciativas hechas por su antecesor, Joan Saura: Código de Ética de los Mossos; cámaras de vídeovigilancia en cuarteles policiales y velocidad máxima de 80km/hrs en las carreteras del área Metropolitana de Barcelona.
Pronto, el político tuvo que matizar sus dichos, pero quedó resonando en la plaza esta vieja actitud de hacer política de levantar la voz para decir que todo lo del adversario nada vale, algo así como ese clima inhóspito que se cuece en Madrid entre el PP y el PSOE.
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