Carlos Altamirano ha brincado y descendido a las profundidades de su propia historia. Lo ha hecho con sorprendente vigor mental, a los 88 años, semejante al mostrado por su cuerpo cuando lo elevó como campeón sudamericano de salto alto en la mítica jornada del atletismo chileno en 1946, la llamada “noche de Mario Recordón”.
Este nuevo salto, hacia sí mismo y sus circunstancias, no lo ha hecho en solitario, sino bajo el estímulo de conversaciones con su editor, el Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar, en más de 80 sesiones en el lapso de más de dos años.
Altamirano, uno de los políticos chilenos más controvertidos de la segunda mitad del siglo XX, en el epílogo de su “gran relato” se identifica con la afirmación del Premio Nobel de Literatura, José Saramago: “mientras más viejo más sabio, mientras más sabio más radical”.
Él mismo se reconoce como parte de una historia marcada por la radicalización: la lucha de los derechos civiles en Estados Unidos; la de los jóvenes en el mundo, fijada en el mayo del 68 en Francia; la revolución cultural en China; la lucha armada en América Latina a partir de la revolución cubana; la opción por los pobres de la Iglesia Latinoamericana a partir del Concilio Vaticano II; y la lucha contra la guerra en VietNam en el mundo.
El gobierno de Salvador Allende fue hito de esa radicalización. Una experiencia ingénua para el autor, sea leída en lógica legalista o de defensa armada. Un gobierno que encaminó su política hacia un callejón sin salida, exponiéndose a ser avasallada por la acción desestabilizadora de los intereses geopolíticos de Estados Unidos y de los grupos del gran capital representados por la derecha chilena.
Pero la radicalidad de Carlos Altamirano no acabó con el fin de la democracia en Chile. Más, se volvió aguda en su exilio en la RDA - país símbolo del socialismo real- al caer en la cuenta de que la ortodoxia marxista-leninista derivaba en mera dictadura sobre toda la sociedad. Abandonó la tesis de la violencia revolucionaria como “partera de la historia” y postuló la renovación del socialismo en la idea de superar, mediante una “alianza sociocultural”, el capitalismo como sociedad, “en el plano efectivo de la condición humana”.
Un nuevo socialismo, sacudido de los dogmatismos, constructor de un movimiento social de izquierda que, unido por un pensamiento actualizado y crítico y por objetivos de largo plazo, se haga cargo de los desafíos presentes abiertos por una nueva época aún sin nombre.
La idea de renovación lanzada a fines de los 70 y madurada en los 80 no cuajó en el socialismo chileno, el que una vez que se deshizo del marxismo leninismo, adoptó un pensamiento posibilista que derivó en la connivencia, sino en la aceptación de gruesos trazos de las ideas neoliberales en boga.
Las memorias críticas, a sus casi 90 años, no abandonan un sello de juventud: su radicalidad, representada en sus saltos, en este caso al futuro, que arranca de la evaluación crítica de una derrota, de las dudas propias de tiempos de incertidumbre y de la búsqueda de una sociedad socialista sustentable.
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