En la sede del parlamento de Cataluña, antiguo polvorín del ejército de Felipe V (siglo XVIII), estallará la declaración de la independencia de un Estado bajo el reinado de Felipe VI y el gobierno de la derecha española de Mariano Rajoy. Una independencia que recibió la aprobación del 38,7% de los catalanes con derecho a voto. El gobierno de España prepara el contragolpe con una intervención en toda la línea, con la Constitución en una mano, el código penal en la otra y las policías.
El gobierno de España y Cataluña se encuentran en un callejón sin salida. Ni el catalán tiene margen para echar atrás la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) ni el español no intervenir la autonomía en caso que se pronuncie la DUI en el parlamento catalán.
Cuerpo a cuerpo, las fuerzas se encuentran ya en las calles |
El gobierno de España y Cataluña se encuentran en un callejón sin salida. Ni el catalán tiene margen para echar atrás la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) ni el español no intervenir la autonomía en caso que se pronuncie la DUI en el parlamento catalán.
La situación produce vértigo, al borde
de un abismo. La sociedad percibe la inminencia de un golpe y contragolpe, en
que ni la nueva astucia del gobierno catalán podría esquivarlo al proclamar la DUI sin efectividad inmediata para
un hipotético diálogo, ni la manida irresolución del gobierno central podría
detenerlo ante la determinación de independencia -diferida o no-. La relación
de fuerzas decidirá esta fase de una contienda que iniciará una nueva etapa.
La intervención
El Rey Felipe VI en su
intervención, dos días después del 1 de Octubre, reforzó al gobierno para que recuperara “el quebrantado Estado de
Derecho y orden constitucional” por “algunas
autoridades catalanes que han demostrado una deslealtad inadmisible a los
poderes del Estado”. Unas palabras desusadas que sorprendieron, pero que
transparentan la firme determinación de actuar si no hay rectificación, porque o
si no “todo irá a peor”, dijo Rajoy el fin de semana.
La intervención del gobierno
central sobre Cataluña comenzó en plenos preparativos del referéndum unilateral
del 1 de Octubre: control del Ministerio de Hacienda de las cuentas catalanas
(pago de sueldos y proveedores) y control del Ministerio del Interior con el numeroso
contingente de guardias civiles y policías nacionales – alrededor de 10.000
efectivos- en Cataluña.
Sólo falta el control político
del gobierno central: intervenir la autonomía y obligar a corregir la actual
situación desmontando las leyes de ruptura: la de referéndum que en caso de más
votos Sí contempla la DUI en 48 horas y la ley de transitoriedad que norma el
periodo constituyente hacia una república catalana. Intervenir Cataluña para volverla
a la ley y la normalidad”, dictamina Rajoy.
El fracaso de la política
Lo que se está viviendo es otra
faceta, la más dramática, de la grieta estructural del pacto constitucional de
1978. Es el desinterés del gobierno de Mariano Rajoy por reconocerla y actuar políticamente
dialogando, negociando acordando. Su política autoritaria la justifica
invocando a su manera la Constitución y la ley o actuando detrás de la Fiscalía
del Estado o del Tribunal Constitucional, de lo que ha dispuesto a piacere.
Sobre Cataluña se viene una fuerza
inconmensurable y evidenciará también el fracaso de la vía unilateral hacia la independencia asumida el 2015, tras
renunciar a la vía pactada por la persistencia del gobierno del Partido Popular
de negarse a dialogar sobre el referéndum y el inicio de la persecución
política a los dirigentes independentistas por la vía judicial.
El gobierno catalán optó por no
hacer esfuerzo por ampliar políticamente (hacia los comunes) y socialmente (hacia
los sindicatos) una alianza que expresara la amplia mayoría por el derecho a
decidir de los catalanes. Tampoco salió a tiempo a conversar por las Españas
para buscar sintonía, apoyos, solidaridad ante la cerrazón del centralismo, ni
siquiera a una Europa, más allá de los nacionalistas. La prisa del independentismo,
colocando fecha de caducidad a cada fase, lo enrocó y estancó.
El músculo independentista
El independentismo se conformó con un firme, disciplinado y movilizado movimiento cívico, pero careció de una dirección política sólida, cohesionada, especialmente a partir de las elecciones de 2015, cuando con el 47,8% de votos y mayoría absoluta en el parlamento pasó tres meses sin formar gobierno; la rama “anticapitalista” de la CUP (10 diputados, que dan mayoría absoluta al independentismo) “mató políticamente al líder del proceso”, el presidente Artur Mas y meses después, obligó a su sucesor, Carles Puigdemont, a exponer su presidencia a un voto de confianza del parlamento.
El independentismo se conformó con un firme, disciplinado y movilizado movimiento cívico, pero careció de una dirección política sólida, cohesionada, especialmente a partir de las elecciones de 2015, cuando con el 47,8% de votos y mayoría absoluta en el parlamento pasó tres meses sin formar gobierno; la rama “anticapitalista” de la CUP (10 diputados, que dan mayoría absoluta al independentismo) “mató políticamente al líder del proceso”, el presidente Artur Mas y meses después, obligó a su sucesor, Carles Puigdemont, a exponer su presidencia a un voto de confianza del parlamento.
Fue el momento en que el
independentismo resolvió dar un giro enfilando hacia el referéndum unilateral. Con la voluntad política
encendida inició la preparación en sigilo, moviendo a un denso tejido de organizaciones
en las ciudades del área metropolitana de Barcelona, capitales de provincias y
comarcas y en miles de pueblos catalanes. En el último tramo sortearon las
dificultades de las fiscalías, de las policías y de las decisiones del Tribunal Constitucional y administrativas del gobierno central.
Hasta romperse
El resultado de este movimiento
épico se reflejó el 1-O: votaciones a pasar de la prohibición y la represión
policial que creó las imágenes que avergonzaron a España en el mundo. Sin embargo, el referéndum unilateral si bien arrojó
un respetable 42% de participación, sólo un 38,7% de los catalanes con derecho
a voto marcaron el sí a la independencia frente a un 56,9% de catalanes, que
optaron por abstenerse declarando la falta de garantías democráticas del
referéndum.
Un Estado, como el español,
administrado por el Partido Popular, heredero de las formas autoritarias incubadas
en el franquismo, se dejará caer sobre una Cataluña gobernada por una coalición
nacionalista-republicana ingenua, con una fuerza movida por la emoción y el
anhelo de ser reconocida como una nación con facultad de autodeterminación.
La declaración de independencia
golpeará en el hemiciclo y acto seguido el contragolpe se sentirá en todo el
mundo. El Estado español se estremecerá, Cataluña padecerá la fractura. Es la
degradación de la democracia en España, representada en el silencio, en el
no-diálogo, en la astucia, en la propaganda, en la represión y en la exclusión del centralismo y el independentismo, ambos con
la voluntad de imponer hasta romperse.
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