Por Pablo Portales
La cámara se paseó por los cuatro secretarios generales de los partidos de la Concertación. Ingresaban al gabinete de negocios de Sebastián Piñera. Cada uno estrechaba la mano del anfitrión, acompañada de sonrisas complacientes. La escena se cerraba en un semicírculo en que el propietario era la atención de los recién llegados, el dueño de la situación.
La cita política se produce cuando el empresario a tiempo completo y político a ratos es desafiado desde diferentes ángulos. La Superintendencia de Valores le investiga dudosas operaciones en bolsa; Renovación Nacional, su partido, lo reta a optar de una vez por todas entre los negocios y la política y los aliados de la UDI continúan fustigándolo, más aún, cuando, Joaquín Lavín, su más cercano, cumple jornada académica completa.
Los visitantes van a hablar con el hombre de negocios del sistema electoral binominal, un mecanismo que todos prometieron cambiar, incluyendo al ex candidato presidencial Piñera, pero que ahora en vez de cambio se prefiere usar el término perfeccionamiento, distinción nada inocente. Mientras cambiarlo sería elaborar un sistema electoral sustitutivo, contrario del actual, perfeccionarlo es dotar al actual sistema de un mayor grado de excelencia.
El binominalismo actúa como depredador de la soberanía popular, principio identitario de la República: el ciudadano ya poco elige y más ratifica lo que otros han elegido. Como lo señaló el Presidente Lagos en su Cuenta al país del 21 de mayo de 2004: “el sistema binominal va a ser la muerte de nuestro sistema democrático (...) la decisión del elector se va tornando cada vez en más irrelevante”. Palabras fuertes, pero que se las llevó el viento.
Entretanto, una fuerza, como la de un ventarrón, desplomó a la Comisión Böeninger, encargada de sentar bases para un nuevo sistema electoral. Todos, sin distingos, concertacionistas y opositores, la lapidaron sin un atisbo de clemencia. Böeninger, otrora halagado por “moros y cristianos”, fue literalmente “ninguneado” por los mismos, luego de proponer establecer una cierta proporción del voto de cada ciudadano, de acuerdo al número de habitantes en los distritos.
Unas bases reformistas insoportables para quienes prefieren conservar la seguridad de ser electos (o ratificados) en territorios (distritos) conocidos y no arriesgar en unos desconocidos. “Ya se habla de que vamos a tener un próximo Senado empatado: usted elige a uno y yo elijo al otro”, decía el Presidente Lagos el 2004.
La Presidenta Bachelet puso más énfasis en el plebiscito ciudadano para dirimir el asunto del binominal, que en el debate parlamentario. Con ello, parece decir que en los partidos predomina una actitud complaciente -como la exhibida ante las cámaras por los cuatro secretarios generales concertacionistas al ser recibidos por Piñera- con la idea de perfeccionar, es decir, modificar algo, pero que no llegue a amenazar la estabilidad de quienes detentan, sean personas o partidos, los cargos de diputados y senadores actuales.
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Pablo Portales, periodista
La cita política se produce cuando el empresario a tiempo completo y político a ratos es desafiado desde diferentes ángulos. La Superintendencia de Valores le investiga dudosas operaciones en bolsa; Renovación Nacional, su partido, lo reta a optar de una vez por todas entre los negocios y la política y los aliados de la UDI continúan fustigándolo, más aún, cuando, Joaquín Lavín, su más cercano, cumple jornada académica completa.
Los visitantes van a hablar con el hombre de negocios del sistema electoral binominal, un mecanismo que todos prometieron cambiar, incluyendo al ex candidato presidencial Piñera, pero que ahora en vez de cambio se prefiere usar el término perfeccionamiento, distinción nada inocente. Mientras cambiarlo sería elaborar un sistema electoral sustitutivo, contrario del actual, perfeccionarlo es dotar al actual sistema de un mayor grado de excelencia.
El binominalismo actúa como depredador de la soberanía popular, principio identitario de la República: el ciudadano ya poco elige y más ratifica lo que otros han elegido. Como lo señaló el Presidente Lagos en su Cuenta al país del 21 de mayo de 2004: “el sistema binominal va a ser la muerte de nuestro sistema democrático (...) la decisión del elector se va tornando cada vez en más irrelevante”. Palabras fuertes, pero que se las llevó el viento.
Entretanto, una fuerza, como la de un ventarrón, desplomó a la Comisión Böeninger, encargada de sentar bases para un nuevo sistema electoral. Todos, sin distingos, concertacionistas y opositores, la lapidaron sin un atisbo de clemencia. Böeninger, otrora halagado por “moros y cristianos”, fue literalmente “ninguneado” por los mismos, luego de proponer establecer una cierta proporción del voto de cada ciudadano, de acuerdo al número de habitantes en los distritos.
Unas bases reformistas insoportables para quienes prefieren conservar la seguridad de ser electos (o ratificados) en territorios (distritos) conocidos y no arriesgar en unos desconocidos. “Ya se habla de que vamos a tener un próximo Senado empatado: usted elige a uno y yo elijo al otro”, decía el Presidente Lagos el 2004.
La Presidenta Bachelet puso más énfasis en el plebiscito ciudadano para dirimir el asunto del binominal, que en el debate parlamentario. Con ello, parece decir que en los partidos predomina una actitud complaciente -como la exhibida ante las cámaras por los cuatro secretarios generales concertacionistas al ser recibidos por Piñera- con la idea de perfeccionar, es decir, modificar algo, pero que no llegue a amenazar la estabilidad de quienes detentan, sean personas o partidos, los cargos de diputados y senadores actuales.
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Pablo Portales, periodista