Durante la segunda quincena de julio fue expuesta en todo el país la cabeza retratada del ex Presidente Eduardo Frei Montalva en los kioscos de periódicos y revistas. A su lado, grandes letras titulaban: QUIÉN MATO A FREI. Su formato evocaba esos carteles del Far West: SE BUSCA. Y es verdad, se busca el o los nombres y apellidos de quienes envenenaron su sangre cuando yacía en cama en el posoperatorio de una sencilla intervención quirúrgica en la Clínica Santa María.
Frei fue el cuadragésimo Presidente de la República de Chile, desde la Primera Junta de Gobierno de 1810 y el primero asesinado, después de once años de haber dejado el gobierno y un año y medio después de ponerse a la cabeza de la disidencia de la dictadura de Augusto Pinochet, sostenida por las Fuerzas Armadas y de Orden.
Un titular para vocearlo como en la época republicana, en el espacio público urbano: ¡¡QUIEEEN MATÓ A FREI!! Una pregunta del quincenario, cuya periodista nos va descubriendo en su relato cómo el destino del político queda en manos de médicos de la CNI. Llegan junto a la cama del convaleciente y en la penumbra y quietud nocturna tienen a su disposición el cuerpo (y el destino) del ex Presidente.
Ante la interrogante dramática, colgada a la vista de todos, la respuesta fue de hielo, estremecedora: un silencio abismal. Ni una palabra, ni un gesto, ni una mueca insinuante. La respuesta a Quién mató a Frei en 2006 fue la que sólo puede producir un cementerio. Si pensáramos unos segundos que hubiera sucedido si este mismo titular hubiera amanecido en esos semanarios, hoy desaparecidos, que prendían de los kioscos en 1988, ¿cuál hubiera sido la respuesta?...
Frei fue asesinado, es la convicción de un juez que intenta dar con nombres y apellidos. Certidumbre transmitida por su hija mayor y su hijo mayor, este último también ex Presidente de la República y el abogado de la causa. Pero la muerte de Frei no es asunto de una familia ni de un partido, ni el suyo, que mantiene un silencio irreproducible, ni siquiera de los demócratas chilenos. Es más, a Frei, como a miles de chilenos, los mató el Estado de la época, sus hechores, encubridores, colaboradores (como el propio chofer del ex Presidente) actuaban por órdenes jerárquicas, haciendo uso de medios oficiales y se les cancelaba por estas misiones.
Dar con los nombres y apellidos es tarea ardua, más aún cuando instituciones del Estado, como el Ejército, no colaboran, apelando a lo mismo de siempre: nada tenemos que decir. Los demás: partidos, congresistas, medios de comunicación, líderes de opinión optan por el mutismo. Al ver a esta nueva pléyade de jueces que buscan con afán y en forma prolija nombres y apellidos de quienes se les instruyó matar, saltan a la memoria esas certeras palabras de un ex Presidente “les faltó coraje moral” refiriéndose a la Corte Suprema bajo la dictadura. ¿Qué le falta a este establisment político-mediático-institucional para que no se reste a la búsqueda de la respuesta de Quién mató a Frei?
Pablo Portales, periodista.
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