Cuando colgaba la cabeza retratada del ex Presidente Eduardo Frei Montalva en los kioscos de diarios y revistas (Quien mató a Frei: una respuesta que hiela, 10 de agosto 2006) aterrizaba el empresario-político-ciudadano privado Sebastián Piñera de su circuito mundialista.
Colmado de optimismo apareció como en su casa, en el campo deportivo de la Universidad Católica de Santa Rosa de Las Condes. Entonces, contó a periodistas que no sólo se había derrumbado el muro de Berlín que separaba el mundo en Este/Oeste, sino que también se había desplomado el que dividía el mundo en Norte/Sur, el mismo que Frei Montalva buscaba comunicar desde la Comisión Brandt en 1981.
El viajero, exultante, notificaba que el mundo era uno, que las oportunidades estaban ahí, al alcance de la mano, que cualquier país serio y responsable podía llegar a sentarse a una mesa bien dispuesta y, concluía, sólo faltan ganas, deseos, entusiasmo, voluntad para lograr el desarrollo y el bienestar. Así de simple.
Luego, cada periodista lo paseó por las contingencias de la política, de los negocios y de la farándula, hasta que recaló a la pregunta de si estaba disponible a contribuir con iniciativas a despejar los obstáculos que impedían dar con los autores del crimen contra en el ex Presidente de la República, más aún, cuando existía convicción en el juez instructor y en la hija y el hijo mayor, el actual Presidente del Senado, que la vida de Frei Montalva había sido víctima por la acción de terceros provenientes de entidades de la dictadura.
Sin pausa, descartó que el juez hubiera expresado convicciones al no haber dictado sentencia, que la hija mayor se manifestaba con pasión, por lo que le restaba validez y su hijo mayor, por el contrario, si bien se pronunciaba porque habría sido asesinado, lo hacía muy moderadamente. En suma, sólo cabía esperar las resoluciones judiciales.
La respuesta evoca uno de los tics de personeros del pasado cuando se veían enfrentados ante denuncias desde dentro y fuera del país sobre secuestros, torturas, muertes y desapariciones. Todos esos supuestos hechos estaban en manos de los tribunales, y mientras no hubiera pronunciamiento judicial, nada había, decían.
El veneno inoculado al cuerpo de uno de los más reconocidos líderes políticos chilenos del siglo XX no parece corroer la duricia que cubre la piel de sus pares. La justicia con Letelier llegó de la mano de Estados Unidos, con Prats de la mano de Argentina, con Leighton faltó coraje para que llegara de la mano de Italia. Con Frei Montalva ¿llegará de la mano de Chile? Al menos, la mano de Piñera no está disponible, como otras tantas.
Colmado de optimismo apareció como en su casa, en el campo deportivo de la Universidad Católica de Santa Rosa de Las Condes. Entonces, contó a periodistas que no sólo se había derrumbado el muro de Berlín que separaba el mundo en Este/Oeste, sino que también se había desplomado el que dividía el mundo en Norte/Sur, el mismo que Frei Montalva buscaba comunicar desde la Comisión Brandt en 1981.
El viajero, exultante, notificaba que el mundo era uno, que las oportunidades estaban ahí, al alcance de la mano, que cualquier país serio y responsable podía llegar a sentarse a una mesa bien dispuesta y, concluía, sólo faltan ganas, deseos, entusiasmo, voluntad para lograr el desarrollo y el bienestar. Así de simple.
Luego, cada periodista lo paseó por las contingencias de la política, de los negocios y de la farándula, hasta que recaló a la pregunta de si estaba disponible a contribuir con iniciativas a despejar los obstáculos que impedían dar con los autores del crimen contra en el ex Presidente de la República, más aún, cuando existía convicción en el juez instructor y en la hija y el hijo mayor, el actual Presidente del Senado, que la vida de Frei Montalva había sido víctima por la acción de terceros provenientes de entidades de la dictadura.
Sin pausa, descartó que el juez hubiera expresado convicciones al no haber dictado sentencia, que la hija mayor se manifestaba con pasión, por lo que le restaba validez y su hijo mayor, por el contrario, si bien se pronunciaba porque habría sido asesinado, lo hacía muy moderadamente. En suma, sólo cabía esperar las resoluciones judiciales.
La respuesta evoca uno de los tics de personeros del pasado cuando se veían enfrentados ante denuncias desde dentro y fuera del país sobre secuestros, torturas, muertes y desapariciones. Todos esos supuestos hechos estaban en manos de los tribunales, y mientras no hubiera pronunciamiento judicial, nada había, decían.
El veneno inoculado al cuerpo de uno de los más reconocidos líderes políticos chilenos del siglo XX no parece corroer la duricia que cubre la piel de sus pares. La justicia con Letelier llegó de la mano de Estados Unidos, con Prats de la mano de Argentina, con Leighton faltó coraje para que llegara de la mano de Italia. Con Frei Montalva ¿llegará de la mano de Chile? Al menos, la mano de Piñera no está disponible, como otras tantas.
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Pablo Portales. Periodista
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