Tuesday, March 24, 2009

CUBA, regresa… ESTADOS UNIDOS, también


El Presidente de Cuba, Raúl Castro estrecha la mano del Presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el ex Presidente George Bush enfrente a una Comisión Verdad que investiga las atrocidades de la “guerra contra el terrorismo”. Dos momentos de ficción, pero sobre los que se ha comenzado a trabajar para llevarlos a la realidad.

Escenas con significados opuestos. El saludo, la invitación al diálogo, la posibilidad de acuerdo; y la obligación a declarar, la acusación, la posibilidad de condena política. Las expectativas se disparan por una transición o flexibilización política del régimen cubano de un lado, y por reestablecer el ideario de libertad y de derechos humanos en Estados Unidos, de otro.

El retiro de Fidel Castro, los anuncios de Raúl Castro de emprender “reformas estructurales” y convocar al VI Congreso del Partido Comunista, a lo que se suma la promesa del Presidente Obama de explorar un diálogo político, colocan a la isla en el centro de la brisa que sopla en América Latina y Estados Unidos a favor de un entendimiento multilateral.

En dos cumbres presidenciales (diciembre, 2008), caribeños y sudamericanos apoyan el fin del embargo estadounidense contra Cuba de hace 50 años (octubre de 1960). América Latina se cohesiona por el regreso de Cuba a la OEA y se propone convencer al gobierno de Obama a seguir ese camino, enfilando las relaciones interamericanas hacia una política de siglo XXI, de apertura, intercambio y pluralidad.

La Habana, un lugar de peregrinación. Doce presidentes latinoamericanos la visitan en menos de tres meses, con la expectativa de hablar con Fidel Castro. Un líder retirado, pero que suscita paradojas y un obsesivo interés mediático, a diferencia de aquel otro Presidente retirado, George W Bush, deslucido y acusado de quebrantar el sagrado ideario de la Constitución Americana.

La credibilidad y orgullo estadounidense están tocados. En Estados Unidos se hurga en los meandros de una trama totalitaria. El Washington Post saca a la luz “el aterrador pensamiento pos 11-S del equipo legal de Bush”: “imagínense un lugar donde los soldados pueden derribar puertas sin órdenes de registro y donde los ciudadanos pueden ser encerrados indefinidamente sin juicio. Imagínense que el líder de ese lugar tiene el poder de silenciar a los disidentes y a la prensa. Imagínense aún más: que ese hombre puede de forma unilateral romper cualquier tratado que no le guste…”
Este pensamiento que se tradujo en la Ley Patriot que restringió los derechos individuales de los ciudadanos y redujo las facultades del Congreso y los Tribunales de Justicia, dotando de amplia discrecionalidad al Presidente para embestir en Estados Unidos y el mundo contra el “enemigo combatiente” en la “guerra contra el terrorismo”.
Todo un estímulo para que los demonios se desaten sin límites en prácticas degradantes, similares a las acontecidas en el conosur latinoamericano, justificadas con los mismos conceptos de seguridad nacional. Estados Unidos vive su propia transición: "debemos saber lo que se ha hecho en nuestro nombre para poder restaurar nuestro liderazgo moral", dice el presidente del Comité de Asuntos Judiciales del Senado, Patrick Leahy.
Las voces surten. Una Comisión Verdad independiente se postula para saber de las salvajadas esparcidas por cuatro continentes. Frederick Schwarz, miembro de la Comisión Church (1975) que escrutó a la CIA, con su experiencia, dice: “creo que existen muchas cosas que sucedieron en los últimos ocho años de las que no tenemos ni idea". A la tentación de “dar vuelta la hoja”, el senador Leahy reacciona: "no se puede pasar página sin haberla leído antes" y el 60% de los estadounidenses asiente.
Cuba viene de regreso y Estados Unidos también. La isla se abre a dialogar en los foros latinoamericanos y la gran potencia se abre a conversar con los países del mundo. América Latina, más acogedora que a fines del siglo XX, y Estados Unidos, resuelto a depurarse de tanta vileza contraida en el siglo XXI, pueden sepultar el último vestigio de la “guerra fría” en la Región: el embargo, y comenzar a convivir con algo propio de la era de la glocalización: el diálogo multilateral basado en el respeto a la diversidad.

Friday, March 13, 2009

A LA PUERTA DEL JUEZ

Un día de éstos, el juez Alejandro Madrid abrirá la puerta de su despacho y comunicará su convicción de que el ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva fue asesinado. Lo más probable es que se expanda un aire de consternación y segundos de silencio sean seguidos de descargas de condenas. Los deseos de aclarar y juzgar predominarán a los de sustraerse y pasar página, pero, ¿y después…?

El crimen contra Frei Montalva es otro de tantos cometidos en Chile y en el extranjero que compromete a militares y civiles de la trama de servicios de seguridad del Estado, pero, además es una oportunidad para actualizar la calidad de un régimen que todavía unos lo representan encabezado por un dictador y otros por un Presidente.

Probablemente, partidarios y detractores de dicho régimen prefieran no revisar nada y repetir “dejemos atrás el pasado y miremos el futuro”, como si de tanto machacarlo produjera la superación del conflicto. Basta ver la crispación producida con la reciente elección del Presidente del Senado en un hombre de confianza del dictador/Presidente.

Desde el comienzo de la transición democrática, en 1990, los Tribunales de Justicia vienen hurgando en los órganos vitales del régimen: de qué se nutrían, cómo circulaba su sangre y cómo coordinaban sus movimientos para lograr sus objetivos de seguridad, un concepto que, junto al del libremercado, configuró la ideología fundamental del régimen para “hacer de Chile una gran nación”, decían.

Los resultados de la acción de los jueces - no contestadas- , corroboran lo que personas e instituciones denunciaron como crímenes que violaban en forma sistemática los principios de la Declaración de Derechos Humanos. Lo nuevo, en estos años, es que los Tribunales chilenos - validados por todos- sean los que establecen el padrón de los orígenes, métodos y fines en los delitos cometidos por militares y civiles entre 1973 y 1990.

¿Qué hubiera ocurrido de “haber puesto una lápida definitiva sobre el pasado” (crímenes y violaciones de derechos humanos) durante el primer gobierno de la Concertación, como continua sosteniendo uno de los fundadores de la coalición? Probablemente, nadie hubiera reparado en el rastro extraviado, durante 20 años, en el hospital de la Universidad Católica: la ficha caratulada como N.N. y que resultó ser del ex Presidente Frei Montalva, lo que derivó en la apertura de las investigaciones judiciales.

La lápida sugerida habría sellado el engaño de hacer creer que la muerte de Frei Montalva no fue por envenenamiento, sino por complicaciones posoperatorias. Habría sido como someter a una sociedad, aún sedada por el miedo, a un shock, exponiéndola a secuelas irreversibles: confundirla al no saber identificar las razones de sus temores, angustias y horrores vividos durante 17 años, ni si sus dolores eran consecuencia de excesos focalizados de grupos vinculados al poder o de una planificación consciente, sustentada por el propio régimen de dictadura.

No hay otra cura de la sociedad como la que produce la justicia, dice el poeta argentino Juan Gelman que, como Carmen Frei y sus hijos y tantas otras madres e hijas en Chile, buscó la verdad de su nieta desaparecida, de 7 meses, hasta encontrarla después de 24 años. Esa, la justicia que procura el juez Alejandro Madrid es el tratamiento, la que hace posible que, antes de abrir la puerta de su despacho, haya facilitado que el candidato presidencial de la derecha chilena haya reconocido a la luz del día: “Tengo la convicción íntima de que Eduardo Frei Montalva murió en circunstancias muy extrañas y anómalas…”. Hace dos años esa evidencia, al menos, no la admitía en público.