Wednesday, July 19, 2017

En Cataluña, LA BATALLA DE SEPTIEMBRE

La tormenta de un largo verano caliente ya está sobre Cataluña. Los espesos nubarrones cubren el territorio de punta a cabo. No parecen dejar ni un claro oscuro por donde se cuele alguna esperanza de que no se descargue la furia de la contienda. Los pronósticos son diversos, dudosos, épicos y terribles. La sociedad aparenta calma, pero sabe que algo va ocurrir. Un titular se atreve a decir: “se ha volado el último puente” que  podría haber unido el Palau de la Generalitat, en Cataluña, con La Moncloa, en Madrid. 

Arte urbano en medio de "guerra de posiciones": Puigdemont y Rajoy

La fuerza y la excepcionalidad

Asoma en el imaginario catalán la fuerza después de cinco años de conflicto político-institucional entre el movimiento independentista y el Estado español, representados en el  gobierno de la Generalitat de Cataluña y el  presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy.

El 1 de Octubre (1-O) es la fecha anunciada por el presidente catalán, Carles Puigdemont para librar la batalla decisiva por la independencia catalana de España mediante un referéndum. Cerca de 5,6 millones podrían votar un sí o un no a la pregunta ¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en forma de república?

Pero será difícil llegar a esa fecha en condiciones de decidir algo “como siempre”, “en normalidad”. Hace mucho tiempo que eso no es así. La palabra “excepcional” del proceso independentista ha sido justificativa de discursos gestos y decisiones política, sin ir más lejos, la actual alianza de gobierno “Juntos por el Sí” entre el liberal-conservador partido demócrata (ex Convergéncia Democrática de Cataluña) y Esquerra Republicana, de acento social-demócrata.

El referéndum unilateral (no acordado) se ha envuelto de dudas, que han contaminado hasta la cúpula independentista (cuatro consejeros del presidente y el secretario de gobierno han sido cesados amablemente). El gobierno de Rajoy rotundo, declara, como siempre, que no se realizará.

El conflicto ha entrado a una fase de no retorno. Unos y otros ya no se escuchan, no están dispuestos a revisar sus estrategias y objetivos de corto plazo, y ni siquiera ya les interesa lo que uno piense del otro.  En la segunda quincena de agosto o los primerísimos días de septiembre, cualquier movimiento relámpago podría desencadenar una tormenta de proporciones no imaginadas, o no.

Moncloa y Generalitat: cinco años de espaldas

Las posiciones de los gobiernos han sido invariable desde 2012: mientras el gobierno del partido popular se ha negado a dialogar con el gobierno catalán sobre un referéndum por ser inconstitucional e ilegal, el gobierno de Convergencia Democrática, CDC (hasta el 2015) y de “Juntos por el Sí” (desde enero de 2016) ha verbalizado la idea de diálogo, pero  siempre que sea sobre el referéndum.

En estos años, sin diálogo, se ha escenificado una “guerra de posiciones” en que cada uno, desde Madrid y Cataluña, con paciencia, sigilo, astucia y abundante propaganda, verbal y visual, las partes se han propuesto ganar la legitimidad del no y el sí a un referéndum de autodeterminación.

Desde la Moncloa, el gobierno de Mariano Rajoy  ha dispuesto de una mayoría absoluta en el Congreso (hasta 2016), el apoyo del tribunal Constitucional, fiscalía y tribunales de justicia y el uso de la policía y desde la Generalitat independentista ha administrado una mayoría absoluta en el Parlamento autonómico y contado con el fiel apoyo de un activo movimiento cívico en todo el territorio catalán.

Un agosto de vigilia

Llegan las vacaciones, pero la Generalitat y la Moncloa ya anunciaron una vigilia permanente, ojos abiertos, en alerta, ante cualquier incursión sorpresiva y manos a la obra en preparar iniciativas que intentarán precipitar la contienda hacia la realización o frustración del referéndum del 1-O.

La Generalitat tendrá que convocar el referéndum anunciado, promulgar la ley especial, también anunciada, que acabaría por aclarar la calidad de las garantías democráticas para efectuarlo (censo, administración neutral, nivel de participación y mayorías, campaña, uso de medios de comunicación, lugares de votación) y decidir si promulga la ley de transitoriedad antes o después del  1-O (régimen jurídico que regularía período de secesión, si ganara sí).

El sigilo comienza crear una sensación de que todo esto se hará con movimientos rápidos, dejando al margen a la oposición catalana sin chance a presentar enmiendas ni debatir “como siempre”. Se tratará de “neutralizar” al gobierno de España publicando las nuevas leyes y por lo tanto quedando a firme, antes que sean recurridas ante el Tribunal Constitucional. De este modo se dotaría de legalidad el referéndum unilateral y el período entre la proclamación de independencia (48 horas después del 1-O) hasta el establecimiento de la  república catalana.

Un  septiembre de confrontación

Algo sucederá. Las fuerzas son muy desiguales. En la Moncloa se percibe un mando único firme, sin fisuras y con apoyo crítico de la mayoría de la oposición, además de los estados europeos. La Generalitat, en cambio, saliendo de una crisis de gobierno, que, finalmente, parece cerrar filas en torno a una resuelta estrategia unilateral (como ha sido la designación de un convencido independentista al mando de la policía catalana) aunque en un marco de desgaste político y signos de desconfianza.

El partido del presidente va postergando las resoluciones claves (compra de urnas, convocatoria y ley de referéndum) lo que inevitablemente produce dudas sobre la dirección del proceso. Sin embargo,  la esperanza independentista se concentra en el movimiento social que en estos cinco años ha demostrado  capacidad organizativa, movilizadora y eficacia.

El enfrentamiento parece inevitable y dependerá del grado de su intensidad y de los costos que deje para aclarar  en  qué condiciones continuará el próximo capítulo de la contienda: el post 1-O.

Wednesday, July 05, 2017

LA DERIVA SOCIAL-LIBERAL

El declive de la socialdemocracia europea llegó de la mano del siglo XXI. Quince años de  desafección la sitúan entre el 20 a 25% de apoyo ciudadano, lejos de la adhesión del 40% que recibió desde la Segunda Guerra Mundial hasta los 2000. El rápido despliegue del capitalismo financiero global, con su ideología neoliberal, neutralizó a una socialdemocracia incapaz de levantar una alternativa real y diferenciada. Sólo se intentó atenuar la erosión de la Europa social y democrática con un social-liberalismo pragmático, desdibujando sus señas de identidad: democracia representativa, estado de bienestar, organización y derechos de los trabajadores. 


La socialdemocracia europea desdibujada a 100 años de su formación

En este tiempo, el espacio político socialdemócrata ha sido ocupado, en parte, por fuerzas adscritas a un nacional-populismo que gobierna en Polonia y Hungría; participa en coaliciones como Dinamarca y Finlandia; disputa mano a mano con los partidos tradicionales en Francia, Austria y Holanda o rebrota en Alemania, Suecia y Noruega. Por el contrario, donde la idea socialdemócrata se ha reafirmado o renovado ha conseguido ser gobierno (Portugal) o relegado al nacional-populismo a la insignificancia electoral (Gran Bretaña).

fin del partido de Mitterrand y Papandreou

Patético fue lo que sucedió en Francia y Grecia. Dos gobiernos socialistas acabaron con sus respectivos partidos. El socialismo francés, que gobernó hasta hace dos meses (2012-2017) y el griego, que lo hizo hasta hace dos años (2009-2015) dilapidaron toda su influencia. El partido socialista francés (PSF) perdió la adhesión del 22,3% del electorado y 257 diputados y el griego, perdió el 37,8% y 143 diputados. Ambos partidos han coincidido en eliminar la palabra “socialismo” en su denominación: “Nueva Izquierda”, el francés, “Izquierda Democrática”, el griego.

la “gran coalición” o “subordinación”

Este año, las pérdidas también afectaron a la socialdemocracia holandesa. El Partido del Trabajo, un pilar fundamental de la política de los Países Bajos desde la la postguerra (ha formado parte de 38 gobiernos en 71 años), tras participar, como socio en un gobierno de coalición encabezado por el  liberal Partido Popular (2012-2017) perdió el 19,1% de electores y 29 diputados.

En Alemania, desde que el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder (2002-2005) aplicó las reformas socioeconómicas de flexibilidad laboral y recortes sociales, el partido socialdemócrata (SPD) no ha vuelto a ganar elecciones generales.

El SPD en vez de pasar a la oposición decidió ser socio minoritario en los gobiernos de Ángela Merkel (2005-2009) y (2013- 2017). En diez años de “gran coalición” con cristianodemócratas (CDU) y socialcristianos (USC) su influencia mermó al disminuir en un 8,5% el apoyo electoral y restar 29 diputados.

Con un cambio de líder, el SPD busca recuperar posiciones el las elecciones del 24 de septiembre: el ex presidente del parlamento europeo, Martín Schulz, pero los pronósticos se le resisten. En las tres elecciones regionales de este año –el Sarre, Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia– la CDU lo ha doblegado.

derrota del “partido de Felipe González”

El socialismo español aceptó las exigencias de las políticas de austeridad impuestas por la Comisión Europea, Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. El gobierno de Rodríguez Zapatero se doblegó en 2010 y un año después pacto con el Partido Popular una reforma constitucional sin debate parlamentario ni referéndum para garantizar el cumplimiento de las exigencias de estabilidad presupuestaria y pago de la deuda a la banca internacional. 

El resultado fue elocuente. El PSOE en las elecciones (noviembre, 2011) perdió 4,3 millones de votos, el 38% del electorado y 59 diputados. En 2015, siguió la desafección: menos 1,4 millones de votos, 21% del electorado y 20 diputados, ahora con la presencia competitiva de Podemos. En las elecciones de 2016, 100 mil votos menos, ligera recuperación del 0,63% y pérdida de otros 5 diputados.

Esta tendencia de liquidación del ideario socialdemócrata en Francia, Grecia, Holanda, Alemania y España contrasta en Gran Bretaña y Portugal.

osadía de Corbyn,  prudencia de Costa

En dos años el partido laboralista de Jeremy Corbyn ha logrado entusiasmar a millares de jóvenes británicos (le votó el 67% de los jóvenes menores de 25 años) y recuperar a parte de los viejos electores. En este periodo, con un programa de izquierda: “For the many, not the few”, ha restablecido el “sentido común” socialdemócrata y sumado hasta medio millón los militantes laboristas y ha estrechado vínculos con movimientos sociales,

En las elecciones generales, hace un mes, el laborismo británico  aumentó en 9,6% los votos (a 2,8% de los conservadores) y sumó 131 diputados, doblando su representación respecto del 2015. Corbyn, en breve tiempo, ha enterrado la agónica Tercera Vía social-liberal del blairismo.

El partido socialista portugués, el segundo más votado (detrás de la alianza de derecha con 102 diputados) optó por formar un gobierno de minoría mediante un pacto con su rival histórico, el partido comunista y el emergente bloque de izquierda sumando un mayoría con 123 diputados.

El pacto de izquierda se propone desde el parlamento  sacar el de la crisis combinando estabilidad económica (obligada por la intervención de la Comisión Europea en su economía) con recuperación social, algo que fue calificado de “imposible”, “poco serio”, “sin solidez”.

Un año y medio después, Portugal ha reducido el déficit, defendido lo público, mejorado sueldos y bajado el desempleo. Logros en base al cumplimiento de objetivos mínimos mediante diálogo y negociaciones ininterrumpidas entre los partidos de izquierda, lo que ha generado un ambiente de confianza y llealtad.

a 100 años

En 2018, la socialdemocracia europea cumple 100 años, surgida de la división del movimiento socialdemócrata a causa de la revolución rusa. Envejecida, parece inepta, sin energía para proponer un proyecto alternativo al capitalismo financiero transnacional y un programa propio, socialdemócrata. Mientras por su izquierda emergen nuevas fuerzas: Syriza (Grecia) en el gobierno; Podemos (España) tercera fuerza a dos puntos del PSOE y la Francia Insumisa, que superó ampliamente al PSF.

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