Monday, August 25, 2014

CORTÁZAR (Bruselas-París), cronopio latinoamericano

En la casona de Banfield, sus ojos recorrieron aterrorizados a Edgard Alan Poe y encantados a Julio Verne. Con ellos se hizo parte del mundo fantástico. Aprendió a jugar con el lenguaje junto al latido del jazz. Los cuentos comenzaron a descolgarse como monos ante el espanto de la academia. De la mano del surrealismo y el psicoanálisis llegó a los intersticios, perturbando el autoritarismo de la realidad cotidiana. La revolución cubana caló en su historia, la que no acaba, después de cien años que alumbrara en un hospital de Bruselas, mientras afuera caían los obuses del Kaiser.

El juego pertenecía a sus formas de creación de lo fantástico en su narrativa

Rayuela, quebró esquemas

A sus 50 años, Julio Cortázar fascinó a los jóvenes de los 60 con Rayuela (1963); este  26 de agosto de 2014, cumpliría 100 años y surge la pregunta si su obra maestra conserva la capacidad de seducir a la primera generación de jóvenes del siglo XXI.

En los cuatro años que le llevó escribir Rayuela, pensó que sus lectores serían los de su edad y jamás los jóvenes. 20 años después, en 1983, a un año de morir, seguía maravillado al enterarse que las nuevas ediciones en España continuaban siendo devoradas por los jóvenes.

Una de las causas puede encontrarse en los dos motivos que el autor explicitó para escribir la novela: dar a los lectores la posibilidad de elegir la forma de leerla, ofreciendo diferentes alternativas y entrar a en un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de apertura hacia la creación de otras posibles realidedes.

anticipó la multilectura textual

El autor tocaba los deseos de ruptura y creación, que rondaban en el inconsciente colectivo de una generación, harta del autoritarismo establecido en la realidad cotidiana. Animaba a los lectores a atraverse, ser activos y elegir su propio camino creando su propia interpretación de la novela, y él mismo se comprometía a ir a fondo en su propio acto de ruptura y creación.

Cortázar intentaba establecer complicidad con el lector o situarse en un pié de igualdad, El lector podía elegir cómo leerlo, así como el autor había elegido cómo escribirlo. De este modo, compartía la novela con un lector que la leía desde su perspectiva, diferente a la del autor, generando diversas interpretaciones, lo que hoy se conoce como "multilectura de un texto". 

el otro lado de las cosas

Desde joven, Cortazar fue autoexigente, fijó sus propios niveles estéticos, de estilo y lenguaje. Sostenía: "si tienes una cosa que decir y no la dices con el exacto y preciso  lenguaje con que tiene que decirse o no lo dices o lo dices mal" y concluía: "en mi escritura se da una especie de ritmo, latido, swing, que si no está es la prueba de que no sirve, de que hay que tirarlo y volver hasta conseguirlo".

No tuvo contemplaciones con los cánones establecidos por la academia al degradar el esteticismo del lenguaje para llegar a una forma coloquial, directa y adoptar la conducta del poeta: "el que no se conforma con ese lado de las cosas, sino que busca el otro lado". Así fue como vió El Minotauro de Creta no como un ser despiadado, sino como un inocente que el sistema encierra (Los Reyes, 1948). 

Lo mismo hizo con Fantomas, cuando en vez de dirigirse contra un loco que destruiría una gran biblioteca, vio en eso una trampa, pues el genocidio cultural no era obra de un individuo aislado, sino de un sistema, "el imperialismo norteamericano", que intentaba asimilar a los latinoamericanos a su estilo de vida, la american way of life  (Fantomas, contra los vampiros multinacionales, 1976).

"la realidad en lo fantástico"

La conducta inconformista, subversiva, de "buscar el revés de las cosas" es coherente con la del hombre moderno, a la manera kantiana ("atrévete a pensar por tí mismo"), y en sintonía con el pensamiento de Freud y Jung, cuando dice que su campo está en lo irracional, donde cultiva su literarura: "yo tengo la noción de la realidad en lo fantástico".  

Este concepto vertebra su obra. Esta opción lo aparta definitivamente del "sentido común dominante",  que condidera lo fantástico como "escándalo" o lo reduce a algo "excepcional", a la "casualidad" o a la "mera coincidencia". El sistema social rechaza lo fantástico, porque lo percibe como amenaza de actuar como en la "ilegalidad", por fuera de la realidad determinada por las convenciones establecidas.

Sin embargo, para Cortázar, eso era lo importante, lo real que quedaba "fuera del encuadre". Una idea propia del autor, como lo recuerda el escritor Fernando Iwasaki: "todo lo que queda fuera del encuadre de una narración tiene una importancia literaria" Y, ¿qué es eso?

Es el inconsciente, ese mar de asociaciones, en movimiento incesante, peligroso para los refractarios a la novedad y el cambio; vitales para los que acogen un mundo abierto, siempre inacabado, como decía Nietzsche: los que viven "con la mirada en el pasado, narrando el futuro".

 de la biblioteca a la tumba

Son esos elementos (postales, dibujos de amigos, fotografías, programas de cine, pinturas, cartas, notas, etc) que el escritor, durante un año, fue fijando, de arriba a abajo, a una gran plancha de madera en su biblioteca. Una noche, cuenta, se estremeció al ver el hilo conductor que había trazado, azarosamente, y que unían todas esas figuras. Era la prueba de lo fantástico.

Piezas que reaparecen en  la exposición "Cortázar, en casa" (Casa América Catalunya) que muestran lo de "fuera del encuadre", como decía Iwasaki. Cartas con su diminuta letra, su pipa, el carnet de conducir, la máquina de escribir. la agenda telefónica, con el número del Gabo a la vista, dedicatorias a su madre, fotografías, el primer libro, dedicado a su abuela, y reliquias amorosamente conservadas por su primera mujer, la Aurora Bernárdez.

Cortázar reconoció en el surrealismo una lección metafísica, que le enseñó leer la realidad en los intersticios. Muchos la han aprendido. Cuenta Carles Álvarez, el curador de la exposición: un amigo paseaba por Montparnase. Quería fumar, pero no se atrevía a pedir un cigarro a un parisino. Recordó la tumba de Cortázar y se acercó. Vió billetes de metro, bolígrafos, unicornios, botellines de vino, lápices y (...) cinco cigarrillos.