Monday, July 16, 2007

CHILE Y BOLIVIA EN ALTA MAR (2)

El Chile gobernado por Michelle Bachelet conversa con la Bolivia gobernada con Evo Morales. Lo hace sin reproches, como los que profiriera el ex Presidente Ricardo Lagos en Monterrey (2005) y fuera aplaudido con fervor por chilenos de todos los pelajes. Chile, desde hace 128 años, está habituado a un trato arrogante con sus vecinos andinos, especialmente Bolivia, más débil, tras la victoria militar de 1879.

Esa soberbia de sentirse superior la muestra con palabras: “el problema de Chile es su barrio”, Chile está para jugar con los países de “primera división”; con gestos: la renuncia de Edmundo Pérez como Cónsul General en La Paz, porque se le había agotado la paciencia (abril, 2003), la acefalía de la representación diplomática chilena en La Paz por 10 meses, la destitución del sucesor, Emilio Ruiz-Tagle, a ocho meses de designado (septiembre, 2004), por formular declaraciones diplomáticas que pretendían crear confianza con en el país vecino.

Pero lo que hace más daño es la política de no escuchar “al otro”: sus reclamaciones, sus argumentos, sus alternativas. Adoptar la opción tajante de intentar invalidar su voz y racionamiento al decirle que lo suyo no tiene valor, porque ha quedado zanjado, en el caso que nos ocupa, en el terreno de las armas (1979) y definitivamente archivado en el terreno de la diplomacia (1904).

Los tratados internacionales, como las constituciones y las leyes, generan obligaciones, no obstante, éstas pueden modificarse si los estados y los ciudadanos, según sea el caso, así lo determinan luego de reconocer una realidad cambiante, de desarrollar un debate reservado, primero, abierto después y de usar mecanismos previamente convenidos para resolver los contenidos y los términos de lo que se desea modificar.

La política regional del gobierno chileno se define de “integración abierta”. El Canciller Alejandro Foxley, en entrevista al diario neoconservador El Mercurio, decía que las relaciones de Chile con los vecinos, Bolivia uno de ellos, es central para la integración chilena en América Latina y desde ahí proyectarse al mundo. Sería iluso pensar que Chile pudiera participar en un mundo globalizado desde una posición solitaria en la región y, agregaba, que Chile debe aprender a convivir con los diferentes tipos de democracia existentes y en este contexto ser un factor de convergencia. Ello requiere de credibilidad internacional y una de las varas para medirla es la calidad de las relaciones con los próximos, los vecinos.

Encuestas de opinión pública muestran que una mayoría no desea que el gobierno negocie con Bolivia un acceso soberano al Pacífico. El canciller Foxley, en la entrevista aludida, se lamenta del alto porcentaje de chilenos en desacuerdo con la propuesta de “un mar para Bolivia” y apela a desplegar una tarea educativa para que los chilenos entiendan que los países tienen que integrarse de verdad en el siglo XXI.

La pregunta es: qué tipo de relación desea Chile con Bolivia en el largo plazo; qué características y términos debiera tener la integración con Bolivia y entonces, preguntarse si conviene a un Chile integrado a su región y desde ahí al mundo global un acceso soberano de Bolivia al Océano Pacífico. El gobierno de Michelle Bachelet ha comenzado a responder esta pregunta, lo hace escuchando al gobierno de Evo Morales.

Cuando las confianzas sean firmes, sería oportuno considerar que los ciudadanos bolivianos y chilenos dispusieran de elementos que le permitiera creer que es posible aquella “integración de verdad”, mencionada por el canciller chileno. Un aporte a que los chilenos puedan comprender por qué una amistad cívica y una integración de proyectos compartidos con el mundo y la cultura andina, que representa Bolivia, es mejor, que la arrogancia -altiva o indiferente- predominante hasta ahora y que lo más probable conduciría a restar crédito integracionista a Chile en la región y, por ende, siguiendo al Canciller, debilitar su proyección en el mundo global.

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